Curaduría: Verónica Orta | Daniel Randisi
Organiza: Dirección de Cultura | HyA_UNR
"Un hombre se entrega entero, con humildad, para evocar una realidad aparentemente «inútil», desdeñada […] pero en el corazón de esa valiosa fragilidad advenía algo único que cada cual, de repente, percibía como fundamental".
En Cinco meditaciones sobre la belleza
François Cheng
Según la observación de un poeta del siglo XVII originario de Silesia, «la rosa no tiene porqué, florece porque florece; sin preocuparse de ella misma, sin desear ser vista». Como observadores, hoy, bien podríamos acordar en que una rosa, en su unicidad, y por fuera de otra cosa, constituye en sí una razón suficiente. Moviliza toda su energía vital. Es deseo, impulso y advenir de una voluntad que podemos reconocer inquebrantable. Esta apreciación vale tener presente al observar las imágenes. La serie de fotografías aquí reunidas hace eco entre aquellas imágenes que, si nos remitimos a una historia de las miradas –tanto en la fotografía como en la pintura–, concentran sus esfuerzos en simplificar la naturaleza a sus estructuras más simples. No fueron pocos quienes decidieron centrar sus producciones en objetos cotidianos, naturales, por fuera de los temas alegóricos o inspirados en símbolos. Se avanza más aún al separar no sólo de la naturaleza sino también de sus emplazamientos cotidianos y rutinarios para aislarlos contra un fondo negro. Guía una única regla: una relación simple entre la figura y el fondo. El trabajo con la luz distingue, contrasta y expone la singularidad del color, de la textura y de los detalles en el tiempo ahora dilatado de una fotografía.
Si por tiempo tendemos a identificar a ese fluir mecánico de cronología, de cortes y de separaciones tanto temporales como espaciales, es posible distinguir también en nuestra percepción una cierta duración que recompone una continuidad cualitativa en la que las cosas vividas y soñadas conforman un presente orgánico. Aludimos a esa consciencia más íntima de memoria, imaginario y conocimiento que trasciende la cronología y los hiatos y que, en cambio, recompone para uno un pasado personal y un anhelo a futuro. Lo singular de tal duración –que bien podía llamarse el territorio interior– es aquello que recompone: una experiencia recuerda otras experiencias similares vividas anteriormente y anticipa venideras. En otras palabras, experimentamos el cruce entre el deseo de reproducir una experiencia pretérita y la previsión o anhelo de una experiencia por venir. Cabe preguntarnos, entonces, ¿a qué experiencia remiten estas fotografías? En el deleite de sus ritmos, texturas y colores, ¿dónde remiten nuestras memorias de esos vegetales, flores y hojas, y dónde sus mesadas, mesas, bandejas? ¿Dónde está ese paraíso perdido, dónde su promesa?
Florencia Llarrull